Entrando en una novela

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Me parece que hay que leer con mucha exigencia, pero sin ningún prejuicio, ni a favor ni en contra. Lo muy celebrado puede no ser bueno, o puede no gustarle a uno, y el gusto es un derecho soberano. Lo desdeñado puede tener méritos muy grandes, que el prejuicio, casi siempre aliado a la negligencia o la prisa, no deja ver.

A algunos de mis estudiantes en el  programa de escritura creativa de Nueva York -vuelvo a empezar en unos pocos días- les sorprende que uno de las lecturas que recomiendo para adentrarse en el oficio sea On Writing, de Stephen King. Pero conozco pocos libros tan llenos de sabiduría sobre la vocación y el trabajo y la felicidad y los sinsabores de escribir: tan prácticos además, tan útiles para el aficionado a la literatura.

A Stephen King Harold Bloom aprovecha cada oportunidad para desdeñarlo. Allá él. A mí no me importaría nada haber inventado y escrito una novela como Misery, por ejemplo. Ahora acabo empezar la más reciente, 11/22/63. El título se refiere a la fecha del asesinato del presidente Kennedy. El arranque de la novela es poderoso, adictivo. Un profesor de instituto recién divorciado y gastado por el trabajo descubre por azar una puerta en el tiempo que lo devuelve al 9 de septiembre de 1958. Las críticas, además del título, han desvelado en parte el argumento: aprovechando esa posibilidad de viajar al pasado el profesor intentará evitar que Lee Harvey Oswald asesine a Kennedy. No sé nada más, ni quiero. En las páginas que llevo leídas lo fantástico se disuelve en la  narración de lo real con una destreza fascinante.

Paladeo de antemano las muchas horas de lectura que tengo por delante. Está más claro que nunca que tenía razón Valéry Larbaud cuando escribió que leer es  el vicio sin castigo.